Comenté hace un par de semanas que volvería a escribir en mi blog. Lo dejé de lado por mucho tiempo. Con el transcurso de los días, estuve pensando en muchos temas. Lamentablemente, no hay otro asunto que me preocupe más que el balompié nacional.
El fútbol peruano no anda mal. Está gravísimo. Más de lo que pensé que podría llegar a estar. Sumergidos en una horrible crisis que parece no tener fin, caemos cada vez más en un hoyo del que, si no encontramos una solución lo más pronto posible, podríamos no salir nunca. Quizá me estoy imaginando el peor de los casos, pero es factible. La desastrosa primera jornada de nuestro descentralizado, protagonizada por juveniles sub 20, nos ha hecho bajar muchos peldaños del ascenso que habíamos logrado con la selección. Los problemas internos siempre terminan repercutiendo en los resultados, sea en el momento que sea, por lo que sólo queda esperar cuando se dará la estocada final a nuestros sufridos hinchas.
La corrupción de los dirigentes, las deudas de los clubes y la huelga de jugadores han afectado considerablemente al deporte más popular del país. El retiro de algunos clubes, entre ellos la Universidad San Martín, una institución a la que se le consideraba modelo en nuestro país. Sumado a las salidas de Unión Comercio, César Vallejo y aquellos que deslizan posibilidades de retiro se comienza a formar una avalancha de problemas que parecen aumentar.
¿Cuál fue el detonante?
A mi parecer, la persistencia en el poder de Manuel Burga al frente de la FPF era un lastre que arrastrábamos de las últimas épocas. No tiene toda la culpa, sólo será el 90%. ¿Por qué? Simple. Él es la cabeza de una organización, gracias a él aquellos llamados “grandes” son intocables y siguen haciendo lo que se les plazca. Si él no permitiese que los clubes actúen de manera tan irresponsable y si hubiera puesto un orden desde el principio, no estaríamos atravesando por esta situación. Sin embargo, los intereses priman. Por lo tanto, le conviene seguir al frente junto con todos los que los apoyan, sin importar lo que hagan.
Ni la contratación de Sergio Markarián, DT nacional, podría salvar lo que se veía venir. El tercer puesto en la Copa América, sin desmerecer el enorme esfuerzo de nuestros jugadores, no iba a cambiar de buenas a primeras el status del fútbol peruano. Quizá se haya limpiado un poco la imagen, pero no se cambió la total percepción que se tiene de nuestro balompié a lo largo de los años. Fama bien ganada, me atrevo a decir. Con informalidades, corrupción, indisciplinas y sin acudir al mundial hace más de treinta años, lo último es lo más doloroso, pero proviene de todo lo mencionado anteriormente. Hay quienes se emocionaron y creyeron fervientemente en que todo iba a cambiar, pero no fue más que un espejismo. Una manzana que por fuera lucía mejor, pero que por dentro seguía igual de podrida. Como siempre.
¿Qué nos espera?
Lo más lógico es suspender este campeonato. Se debe anular, tachar y borrar de nuestras memorias. Si es posible hasta quemar y enterrar. No obstante, es una solución a corto plazo. Considero solidaria la acción de muchos futbolistas que, sin estar impagos, optaron por no jugar. El respaldo a sus colegas que pasan penurias denota compañerismo y se dice que la unión hace la fuerza. Por ello, apelo a quienes están preocupados por este desastroso momento. Una medida así nos podrá sacar del apuro, mas no será algo definitivo. Lo que le hace daño a nuestro fútbol, citado en los párrafos de arriba, debe ser cortado de raíz. Si no hay una verdadera transformación, volveremos al mismo círculo vicioso. El de toda la vida.
Foto cortesía: Hinchaperuano